SI MIS DEMONIOS NO SE OFENDEN

Tuve la oportunidad de reírme en la misma cara de mi suerte, reírme sin compasión, con maldad y saña, en definitiva ser el humano rastrero que siempre fui y disponerme con buen ánimo a disfrutar de mi venganza.
Llegado el momento, y mira que busqué y rebusqué el punto satisfactorio del asunto, resulta que a mis ojos la cuestión no pareció tener tanta gracia, de hecho cuanto más pienso en ello menos ganas de reír me restan.
Mis infiernos personales viendo las reticencias que me sostenían ante el precipicio de mi condena eterna, me ofrecieron ser un tipo con estrella, un tipo encantador capaz de convertir en oro todo lo que tocase, incluso el mar.
Llamadme loco, pero tanto oro, tanto brillo y tanto fulgor me hastiaron de inmediato.
Me pareció mucho premio a cambio del exiguo beneficio de hacerme deponer mis dudas y bajar las armas de mis recelos.
Juro que estuve realmente tentado de ceder, tenéis que reconocer que la oferta no era para menos, que al menos merecía unos instantes de reflexión.
Pero cuando saboreaba el hogar de mis sueños, la mujer de mis sueños en el lugar de mis sueños, ocurrió que dudé, me pregunté si realmente el oro valdría lo mismo si yo fuese un Rey Midas de pacotilla.
También me pregunté si tu valdrías lo mismo si me bastase un trato improbable con un infierno irreal para poseerte tantas veces quisiera durante el resto de mi vida.
Tuve que preguntármelo maldita sea, tuve que preguntármelo para darme cuenta de que el oro es plomo, pero tintado con el mismo color del desprecio.
Demasiado peso para un hombre sin excesivas necesidades y la verdad es que aquí uno, humildemente, donde mejor se mueve es en el ámbito de los grises.
Gris piedra, gris ceniza; el color del principio y del fin; el color con el que se empiezan y terminan las cosas.
¿Quién soy yo para cuestionar las razones que llevan al hombre una y otra vez hacia el blanco o hacia el negro si realmente me molesta tanta claridad y a oscuras no veo?
La equidistancia entre el olvido y el deseo es lo que llevas en tu mirada y precisamente ese es el punto en el que mis sentimientos florecen, ese es el punto donde quiero tus manos sobre las mías.
Y es que los tontos pensamos que si tienes tantas posibilidades de irte como de quedarte, solo tu voluntad de amarme te sostendrá a mi lado.
Se de buena tinta que vivir en la duda del mañana es el mejor modo de disipar las inseguridades del hoy; del mismo modo que se que si estas a una distancia suficientemente corta como para que pueda leer en tus pupilas es porque correspondes a lo que te digo.
También pude ser caminante de atajos, sorteador de cascadas y vadeador de ríos, pero son tantas las decisiones importantes al cabo del día que las probabilidades de cometer un error irreparable superan a los más valientes.
Imaginad pues los estragos que infringirán en el triste ánimo de un cobarde.
Además son tan pocas las posibilidades de enmienda que, si mis demonios no se ofenden y me lo permiten, me dispondré sin demora a hacer lo que quiero hacer.
Voy a rechazar su oferta y repararé café para dos, lo se, estoy solo; perfecto, estar solo es la situación idónea para lidiar con la idea febril de tener un café disponible y de estar listo para lo que surja.
Es la situación perfecta que hace que despierten en mi mente enferma mil historias inconfesables que chisporrotean en mis dedos y que arden en algunas vísceras inenarrables de mi anatomía.
Viene a ser como un ultimátum al azar, «haz que ocurra algo antes de que se enfríe», el café; antes de que se enfríe el café.
Le digo resuelto a ver la premura con la que te sientas en mi mesa.
¿Repetiré o compartiré? y si es esto último, ¿cuándo? la palabra «ahora» es maravillosamente adecuada.
Y es que, pequeña ¿qué puedo hacer yo si caminar sobre tus pasos es todo lo que necesito en la vida?